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martes, 23 de septiembre de 2014

El silencio político alienta la violencia machista


Por BEATRIZ GIMENO (*)


Se está produciendo un círculo siniestro: los partidos no se arriesgan con el feminismo porque piensan que eso no da votos y ese silencio envalentona a los misóginos.

Es evidente que sufrimos un retroceso en el combate contra la violencia de género y por la igualdad. Es un retroceso visible no sólo en el número creciente de asesinatos machistas, sino también en que estos se producen en un ambiente social, legal, mediático, ideológico, diferente. Si nunca fue mucho el interés social hacia la violencia de género, ahora parece haber caído aún más. Los medios de comunicación, si alguna vez intentaron informar correctamente acerca de los asesinatos machistas, han vuelto a su querencia por informar de manera morbosa y apolítica, por privatizar esta violencia y por volver a intentar justificarla. Los neomachistas, cada vez más organizados, están continuamente en las redes atentos ante cualquier noticia que tenga que ver con los derechos de las mujeres o con el feminismo; desatan campañas de desprestigio contra cualquier feminista, se infiltran en los partidos y las asociaciones para boicotear cualquier tema relacionado con la igualdad de género. Si antes se escondían, ahora se hacen visibles. Esta visibilidad de los activistas del neomachismo ha dado alas a todos los machistas silenciosos, que son multitud y que antes callaban porque el ambiente no les era propicio. Basta con leer los comentarios en cualquier artículo que tenga que ver con el feminismo, con los derechos de las mujeres, con la igualdad, para darse cuenta de la rabia y la violencia que anida en la mayoría de los comentarios.

Más que en los comentarios de los medios, más controlados, es en las redes sociales, allí donde no hay control, donde los neomachistas desatan una enorme violencia verbal. Antes los llamábamos trolls pero ahora ese nombre quizá no sea apropiado porque se presentan con sus nombres y sus fotos y en sus comentarios no es extraño que justifiquen la violencia; la culpa es de las feminazis, dicen. Basta con colgar la noticia de un asesinato machista, de una violación, para que esta noticia atraiga decenas de comentarios que lo justifican o que incluso parecen alegrarse. Eso en cuanto a la violencia, pero si de lo que se debate es de igualdad, entonces aparece una legión de machistas que van a por todas, que discuten todo, incluso logros que parecían asentados o, por lo menos, asumidos socialmente, como la necesaria paridad en política. Y no hay distinción entre partidos de izquierdas o de derechas, entre gente conservadora o supuestamente progresista.

No es que fuéramos el paraíso igualitario del feminismo, pero es obvio que se está produciendo un cambio. Es de suponer que no es que ahora haya más machistas que hace dos años, sino que los machistas de antes no se atrevían a manifestarse tan descaradamente y que el cambio que se estaba produciendo hacia una mayor igualdad y una mayor visibilidad del feminismo no tuvo tiempo de arraigar lo suficiente como para transformar las estructuras políticas y sociales, las conciencias; como para ser capaz de construir identidades masculinas no aferradas a sus privilegios patriarcales; como para educar a la mayoría de la población en lo que significa el feminismo. Cambiar ciertos usos sociales es mucho más fácil que cambiar la manera en que hombres y mujeres nos construimos, pero es un primer paso necesario. Hubo un impulso y ahora hay una reacción de retroceso.

¿Qué ha pasado?
Sinceramente creo que se nota la ausencia del PSOE. En mi opinión, el terremoto electoral ha tenido mucho que ver en este cambio de ambiente respecto a los derechos de las mujeres. El papel del PSOE en la creación de un ambiente favorable al feminismo es indudable. Al reconocer esto no estoy lamentando el hundimiento electoral de este partido ni estoy reclamando su vuelta. Estoy, simplemente, reconociendo y llamando la atención acerca de la importancia del liderazgo institucional y político en la promoción de consensos sociales respecto a cuestiones que por razones culturales no sólo no son mayoritarias, sino que son contrahegemónicas, como la igualdad de género. Estas cuestiones necesitan de las instituciones, de los creadores de opinión, de políticas específicas para mantenerse mientras van cambiando las estructuras profundas, hasta que al final se incardinen en las conciencias. Estoy reconociendo el papel de los partidos, de los líderes políticos, de los creadores de opinión política en la conformación de determinados climas de opinión que se puedan oponer a una opinión pública moldeada por la cultura neoliberal a través de sus medios, de sus sistemas educativos, de su cultura popular. Es más fácil construir una masa crítica anticapitalista que una masa crítica antipatriarcal; esta última necesita del apoyo de quienes forman opinión pública. El feminismo aún no tiene capacidad de hacerlo y no lo tiene fácil en una sociedad dominada culturalmente por un capitalismo patriarcal en clara ofensiva contra los derechos sociales, entre ellos, los de las mujeres.

Por razones en las que aquí no vamos a entrar, es cierto que el PSOE hizo políticas feministas. Durante los gobiernos del PSOE, las leyes de inspiración feminista (algunas muy mejorables pero algunas otras indiscutibles) fueron sólo una pata del cambio ambiental que se produjo. La otra lo fueron la actitud, las declaraciones públicas de líderes que se declaraban feministas, la creación de instituciones -dotadas de presupuesto- dedicadas a la igualdad, la reprobación de los comentarios machistas, la crítica al machismo, el uso del lenguaje inclusivo, la visibilidad de mujeres con poder político... Esas políticas, esas actitudes, esos comportamientos, contribuyeron a generar un ambiente social en el que el machismo más evidente estaba proscrito social y políticamente. Los machistas, seguramente, eran los mismos pero estaban escondidos. Se fijaron unas líneas rojas y se respetaban.

La llegada al poder de un partido que no sólo no tiene ninguna intención de defender la igualdad de género sino que, al contrario, pretende devolver a la esfera privada/doméstica todo lo que hasta ahora eran políticas de género; que, además, necesita del trabajo gratuito de las mujeres para sostener una sociedad exhausta por los recortes; que busca dejar a los pies de los empresarios tanta mano de obra barata y precaria como pueda y que sabe que las mujeres son las principales candidatas para ocupar esos puestos; y que, finalmente, pretende fomentar una ideología familiarista y antifeminista porque esto forma parte de su núcleo ideológico... todo esto ha sido letal para la percepción social de la violencia de género y de la igualdad.

Pero lo peor de esta situación no es que gobierne el PP y que éste haga las políticas que se le suponen, sino que los nuevos partidos -y me refiero a Podemos-, y los viejos -y me refiero a IU que nunca se caracterizó por ser amable para el feminismo-, no han recogido el testigo de las luchas feministas. Con el PSOE en estado de coma el feminismo se ha quedado políticamente huérfano en las instituciones, en los alrededores del poder, y las furias antifeministas que nunca se fueron campan a sus anchas.

Nos encontramos ante un retroceso inimaginable hace unos pocos años en donde vemos cómo se discuten cosas que parecían indiscutibles, desde el derecho al aborto -hoy menos, tras la retirada de la contrarreforma de la ley del aborto y la posterior dimisión de Gallardón como ministro de justicia-, a la violencia sexual, desde el asesinato machista a la paridad en las listas electorales o al uso del lenguaje inclusivo; se discute en voz alta incluso que exista discriminación y desigualdad. Todo se pone en tela de juicio y ninguno de los partidos políticos que parecen disputarse el territorio de la transformación social dice gran cosa al respecto. El silencio parece ser su única respuesta. Se produce así un círculo siniestro: los partidos no se arriesgan con el feminismo porque piensan que eso no da votos (olvidan que las feministas y todas las mujeres votan) y ese silencio envalentona a los machistas, a los misóginos y les vuelve más agresivos.

Las opiniones públicas en tiempos injustos y desiguales tienden al racismo, a la xenofobia, a la misoginia, a pedir penas más duras e incluso a pedir la pena de muerte. Todas esas cosas son radicalmente incompatibles con la democracia y los derechos humanos. Quienes están en posición de poder o de influencia tienen que asumir su responsabilidad en esto y fijar unas líneas rojas; tienen la capacidad de frenar esas derivas y no sólo con leyes. La capacidad que tienen las instituciones, el poder en general, para minorizar las manifestaciones sociales de racismo, machismo, intolerancia, etc. es incluso mucho mayor de lo que pensamos. El machismo se está desatando a nuestro alrededor porque muchos de los ahora llegados a posiciones de liderazgo social y político (de todos los partidos) han decidido callar en este tema.

Sin igualdad entre hombres y mujeres, sin derechos de las mujeres, sin paridad, visibilidad, sin igual acceso a los recursos y al poder... no hay democracia, ni justicia, ni igualdad, ni tampoco cambio real o transformación posible. El feminismo tiene que ser una de las patas del cambio... o no habrá cambio. El neoliberalismo favorece la creación de una opinión pública conservadora en lo social, acostumbrada a la desigualdad, al individualismo extremo, que no ve las desigualdades estructurales y las atribuye a fallos individuales, que cree en el (falso) mérito individual y que es proclive a buscar chivos expiatorios en situaciones difíciles; y, desde luego, el neoliberalismo tiene una política sexual que es antifeminista. La pobreza feminina, la precariedad femenina, el trabajo gratuito e intensivo, todo eso está en sus planes; también le es útil al neoliberalismo que las mujeres funcionen como amortiguadores del descontento social y la desposesión. Así, el más pobre y explotado de los hombres tendrá, al menos, a una mujer que será más pobre y explotada que él y que le hará la vida un poco más fácil. Y, por último, la violencia sexual es un buen sustituto de la violencia social. Recordemos que lo primero que hizo Zapatero cuando recibió la primera advertencia de la Troika fue acabar con el Ministerio de Igualdad, que apenas suponía gasto. Y como la política contraria a la igualdad es política neoliberal, el presidente Hollande ha hecho exactamente lo mismo el día que ha dado el definitivo giro hacia el neoliberalismo.

Por eso, agradezco infinitamente a Ada Colau, Juan Carlos Monedero y Teresa Rodríguez que hayan marcado posición frente al machismo. A su alrededor hay demasiado silencio. Este silencio de tantos es cómplice de la violencia material y simbólica que se está generando a nuestro alrededor. Una violencia que celebra por las redes violaciones, acosos, maltratos, que celebra la puesta en libertad de los violadores y que justifica los asesinatos. Una violencia que nos expulsa con insultos de las discusiones políticas que se están generando en las redes, que cuestiona lo básico de nuestros derechos. Quien guarda silencio por una cuestión táctica ante todo esto, quien no comprende la desigualdad a la que estamos sometidas, quien no se siente implicado en la violencia que padecemos, no puede transformar nada, no puede pretender llevarnos a nada que sea mejor que lo que tenemos.


FUENTE: PIKARAMAGAZINE.COM

(*) Activista lesbiana y feminista, escritora (de novela, ensayo y poesía) y bloguera.

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