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martes, 24 de febrero de 2015

Poesía Hecha Por Mujeres (VII). Rosalía de Castro

(Santiago de Compostela, España, 1837 - Padrón, id., 1885) Escritora española en lenguas castellana y gallega. Perteneciente por línea materna a una familia noble, su adolescencia estuvo dominada por una profunda crisis debida al descubrimiento de su condición de hija ilegítima de un sacerdote, y por una delicada salud, que jamás mejoró.

María Rosalía Rita de Castro nació el 24 de febrero de 1837, en Santiago de Compostela (España). Aunque en su acta de bautizo figuró como hija de padres desconocidos, fue su madre una mujer de la nobleza pero con carencias económicas, María Teresa de la Cruz Castro y Abadía y su padre, un sacerdote (José Martínez Viojo). Su madrina, María Francisca Martínez, al servicio de su madre, fue quien se comprometió a cuidarla para que no pasara al orfanato. Mostró siempre inclinación para las artes, no sólo se apasionó por la literatura, sino también por la música, la declamación y el dibujo.

Lo que se destacó, sobre todo, en la obra de esta escritora y poetisa fue que escribió tanto en castellano como en gallego, haciendo renacer esta lengua, lo que se dio en llamar "rexurdimiento", pues la literatura gallega había desaparecido desde los Reyes Católicos.
A los 12 años comenzó a escribir poemas, publicando La Flor, su primer libro, en Madrid en 1857 y recibió elogiosas críticas de Manuel Martínez Murguía, crítico destacado del Renacimiento gallego, con quien Rosalía de Castro contrajo matrimonio al año siguiente, el 10 de octubre de 1858. Vivió en medio de constantes penurias económicas, dedicada a su hogar y a sus hijos; la muerte de su madre y la de uno de sus hijos fueron dos duros golpes para ella. 

En 1858 publicó Lieders, en "El álbum del Miño". Un año después su primera novela, La hija del mar. El desengaño amoroso fue el tema de su segunda novela Flavio (1861). Las tres obras citadas fueron escritas en castellano. Su obra más importante en la reivindicación de la cultura gallega fue Cantares gallegos, publicada en 1863, donde describió su tierra en lengua gallega, haciendo una denuncia social por las condiciones de explotación de los segadores de Castilla, que muchas veces se veían obligados a emigrar. Expuso en estas glosas costumbres populares y recreó personajes típicos como gaiteros o mendigos.

En 1863 escribió A mi madre, un libro de poemas dedicado a su madre, con toda la angustia
que le produjo su muerte, acaecida en 1862. En 1866 escribió Ruinas, una novela donde cuenta la vida de tres mujeres ejemplares y desdichadas en el seno de un ambiente moderno que perciben como ajeno. Un año después se publicó su obra narrativa más conseguida, El caballero de las botas azules (1867), novela misteriosa y fantástica que conecta con lo mejor de su labor lírica.

En 1880 escribió, mientras residía en tierras castellanas, Follas novas en gallego, donde toca temas intimistas con una reflexión pesimista sobre la soledad y la muerte, denunciando condiciones de vida precarias del pueblo gallego. Cierran su producción literaria la novela El primer loco (1881) y el poemario en lengua castellana En las orillas del Sar (1885); este último continúa la línea de meditación metafísica iniciada con Follas novas, si bien acentuando esta vez el sentimiento religioso.

Rosalía poseía una salud muy frágil, que se agravó con un cáncer de útero, que la condujo a la muerte a los 48 años de edad. Falleció en Padrón, el 15 de julio de 1885.

La obra de Rosalía, que se mueve entre una preocupación de tipo social por las duras condiciones de los pescadores y los campesinos gallegos y otra de carácter metafísico que la sitúa dentro de la literatura existencial, se ha equiparado a la de Gustavo Adolfo Bécquer en tanto que representante tardía del Romanticismo español, si bien esta relación viene más por la comunidad de fuentes literarias que por una real afinidad de actitud literaria y vital. 

Su poesía, en particular, denota ansiedad, una inquietud angustiada ante extraños presentimientos que se perciben como propios en el más cercano entorno. Asimismo, su dolorosa sensibilidad proyectó un conjunto de magníficas visiones del paisaje gallego en las que predomina una atmósfera gris de tristeza indefinible. Esa sensibilidad fue la que transportó una concepción de la naturaleza como la de una realidad animada, misteriosa, y cuyos signos más visibles hablan de una vida doliente.


FUENTES: Poesía Castellana.com; Biografías y Vidas.







ALGUNOS POEMAS

CANTARES GALLEGOS

I.
Has de cantar, 
meniña gaitera; 
has de cantar,
que me morro de pena.
Canta, meniña,
na beira da fonte;
canta, daréiche
boliños do pote.
Canta, meniña,
con brando compás,
daréiche unha proia
da pedra do lar.
Papiñas con leite
tamén che daréi;
sopiñas con viño,
torrexas con mel.
Patacas asadas
con sal e vinagre,
que saben a noces.
¡Que ricas que saben!
¡Que feira, rapaza,
si cantas faremos...!
Festiña por fora,
festiña por dentro.
Canta, si queres,
rapaza do demo;
canta, si queres;
daréiche un mantelo.
Canta, si queres,
na lengua que eu falo.
Daréiche un mantelo.
Daréiche un refaixo.
Co son da gaitiña,
co son da pandeira,
che pido que cantes,
rapaza morena.
Co son da gaitiña,
co son do tambor,
che pido que cantes,
meniña, por Dios.

II.
Así mo pediron
na beira do mar,
ó pe das ondiñas
que veñen e van.
Así mo pediron
na beira do rio
que corre antre as herbas
do campo frorido.
Cantaban os grilos,
os galos cantaban,
o vento antre as foias
runxindo pasaba.
Campaban os prados.
Manaban as fontes
antre herbas e viñas,
figueiras e robres.
Tocaban as gaitas.
Ó son das pandeiras
bailaban os mozos
cas mozas modestas.
¡Qué cofias tan brancas!
¡Qué panos con fresco!
¡Qué dengues de grana!
¡Qué sintas! ¡Qué adresos!
¡Qué ricos mandiles!
¡Qué verdes refaixos!
¡Qué feitos xustillos
de cor colorado!
Tan vivos color


POBRE ALMA SOLA

¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,
deja que pasen, deja que lleguen
la primavera y el triste otoño,
ora el estío y ora las nieves;

que no tan sólo para ti corren
horas y meses;
todo contigo, seres y mundos
de prisa marchan, todo envejece;

que hoy, mañana, antes y ahora,
lo mismo siempre,
hombres y frutos, plantas y flores,
viene y vanse, nacen y mueren.

Cuando te apene lo que atrás dejas,
recuerda siempre
que es más dichoso quien de la vida
mayor espacio corrido tiene.




(XIII)

Ya ni rencor ni desprecio,
ya ni temor de mudanzas;
tan sólo una sed..., una sed
de un no sé qué, que me mata.
Ríos de la vida, ¿dónde estáis?
¡Aire!, que el aire me falta.

-¿Qué ves en ese fondo oscuro?
¿Qué ves que tiemblas y callas?
-¡No veo! Miro, como mira
un ciego la luz del sol clara.
Y voy a caer allí en donde
nunca quien cae se levanta.


A LAS ORILLAS DEL SAR

I.

Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco, pero es algo
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita 
en todo cuanto toco y cuanto veo.

Felicidad, no he de volver a hallarte
en la tierra, en el aire ni en el cielo,
¡aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!

II.

¡Poeta!, en fáciles versos,
y con estro que aliente los ánimos,
ven a hablarnos de esperanzas,
pero no de desengaños.

III.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
sin ellos ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?





FUENTES: Buscabiografías

Poetisas

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