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martes, 26 de agosto de 2014

Discurso sobre la felicidad (III). La Felicidad en Mme du Châtelet: Los Placeres de la Vejez


Se refiere a ellos como simples consuelos y como los más difíciles de obtener; llama la atención que, entre los placeres que enumera Mme du Châtelet como patrimonio de la vejez, no aparezca el placer del amor físico, a pesar de haber sido a lo largo de su trayectoria vital una constante importante en su vida, y que lo ha manifestado de muchas formas diferentes: como el amor al amigo, entendida esa amistad como una implicación y como una contribución a la felicidad de sus amigos; el amor al amante, como proyecto de vida conjunta en el caso de Voltaire, o como pasión desenfrenada respecto a Saint-Lambert.

En cambio, entre los placeres de la vejez se referirá al juego y al estudio, condicionados por la capacidad para desarrollarlos, y, sin duda, la gula y la consideración, enlazándonos ésta última a la necesidad del reconocimiento público como necesario para la felicidad. Y también introduce, sin ningún remordimiento moral, la muerte voluntaria "felizmente, sólo de nosotros depende adelantar el final de nuestra vida, si se hace esperar demasiado" (p. 117). Pero, mientras se decide seguir viviéndola, habrá que hacer todo lo posible para seguir siendo feliz.

Con esta entrada, llegamos al final de este apasionante análisis del Discurso sobre la felicidad, de Mme du Châtelet, y la mejor manera de acabarlo es transcribir aquí su último párrafo, una especie de reflexión a la que llega Émilie después de realizar un viaje por sus experiencias vitales: 
"Tratemos pues de conservar la salud, de no tener prejuicios, de tener pasiones, de hacer que contribuyan a nuestra felicidad, de sustituir nuestras pasiones por inclinaciones, de conservar celosamente nuestras ilusiones, de ser virtuosos, de no arrepentirnos jamás, de alejar de nosotros las ideas tristes y de no permitir nunca a nuestro corazón que conserve una chispa de inclinación por alguien cuya inclinación disminuye y que nos deja de amar. Algún día tendremos que renunciar al amor, a medida que vayamos envejeciendo, y en ese día dejará de hacernos felices. En fin, pensemos en cultivar la inclinación hacia el estudio, una inclinación que hace que nuestra felicidad dependa únicamente de nosotros mismos. Preservemonos de la ambición y, sobre todo, sepamos bien lo que queremos ser; decidamos el camino que queremos tomar para pasar nuestra vida y tratemos de sembrarlo de flores" (p. 118).
En este texto, se nos muestra una Émilie, no sólo con una personalidad más reflexiva, sino incluso más apaciguada en su forma de sentir, ha dejado atrás las pasiones para convertirlas en inclinaciones, donde la razón es la encargada de mostrar el camino que lleva a la felicidad. Además también nos presenta a una mujer que es consecuente con el paso del tiempo y con los cambios que ello provocará no sólo en su físico sino también en sus sentimientos, pero siempre con la esperanza de ser feliz, de hacer que las inclinaciones contribuyan a su felicidad, sembrando de flores su camino hacia la felicidad.


BIBLIOGRAFÍA:


MADAME DU CHÂTELET, Discurso sobre la felicidad y Correspondencia, Edición de Isabel Morant Deusa, Ediciones Cátedra, Universitat de València, Instituto de la Mujer, Colección Feminismos, 1997.

Todas las citas están tomadas de esta fuente

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