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domingo, 14 de diciembre de 2014

Mujeres Ganadoras del Premio Príncipe de Asturias (III). María Zambrano


María Zambrano, o "Cómo descifrar el sentimiento".

"La melancolía es una manera, por tanto, de tener; es la manera de tener no teniendo, de poseer las cosas por el palpitar del tiempo, por su envoltura temporal. Algo así como una posesión de su esencia, puesto que tenemos de ellas lo que nos falta, o sea lo que ellas son estrictamente".
María Zambrano es la más original y destacada entre los filósofos y filósofas de los últimos tiempos en España. Pertenece a una generación de mujeres geniales que vinieron a trastocar el transcurrir de la historia de la Filosofía occidental, obra tradicionalmente de varones. Desde Hannah Arendt, Simone Weil, Rosa Luxemburgo, Edith Stein, Simone de Beauvoir, hasta María Zambrano es una sinfonía de pensadoras de diferentes tendencias, pero todas movidas por ese deseo de renovación de la Filosofía occidental y preocupadas en reflexionar sobre la paz, hasta el punto de que tres de ellas -Simone Weil, Edith Stein y Rosa Luxemburgo- murieron en esta reflexión o a causa de ella. Y también algo más hondo une a estas tres filósofas con María Zambrano y es la coherencia de sus vidas: verdaderos testimonios de autenticidad y entrega a sus ideales y a su vocación. 

María nace en la casa familiar de Vélez-Málaga el 22 de abril de 1904. Hija de dos maestros de la escuela secundaria de dicha localidad malagueña, además de convencidos socialistas, ideología de la que eran entusiastas apologetas. Araceli Alarcón, su madre, gana una plaza de maestra en Madrid y la deja al cuidado de sus abuelos maternos, también maestros. En 1907 se trasladan a Madrid. La madre la lleva al cole "dándome calor con su mano, la recuerdo joven, con un ramo de violetas en el manguito y con el velillo moteado en el sombrero".

En 1910 la familia consigue juntarse en Segovia al obtener su padre, Blas Zambrano, la cátedra de Gramática en la Escuela Normal y la madre, plaza como maestra de colegio. En dicha localidad, su padre fue también presidente de la Agrupación Socialista Obrera y conoció y trató de forma asidua al insigne poeta Antonio Machado con el que mantuvo una estrecha amistad, colaborando con éste en la fundación de la Universidad Popular. Allí nace su hermana Araceli y es donde, a los catorce años, comienza sus estudios de Filosofía y se enamora por primera vez.

En efecto, en la época de sus estudios de bachillerato, cosa inusual en aquellos años en las mujeres, vivió un doloroso romance, que su padre prohibió por incestuoso, con su primo, Miguel Pizarro, junto al que va conociendo la literatura, especialmente de la generación del 98, a través de intensas y apasionadas lecturas. Este amor fallido, al que ella misma califica como el más grande de su vida, le dejó una profunda y dolorosa huella que la acompañó a lo largo de su existencia...

María Zambrano se traslada a Madrid, en 1921, para estudiar filosofía, por libre, en la Universidad Central. Esta época le marca profundamente en su trayectoria intelectual porque, además de ser discípula de Ortega y Gasset, empieza a tratar a personalidades de la talla de León Felipe, a quien conoce en Segovia, a García Lorca, Rosa Chacel y un largo etcétera de intelectuales de la época, ya que empezó a formar parte de la tertulia de la Revista de Occidente. Zubiri, Ortega y Gasset, García Morente que son sus maestros, van formando su vocación y también las largas tertulias con su padre Don Blas y sus amigos, Antonio Machado y Miguel de Unamuno. "Fui", nos dice María, "lo que nunca pude dejar de ser".


Comenzó en estos años su participación en la Federación Universitaria Española (FUE) y comenzó a ejercer como profesora de alumnos de bachillerato en el Instituto Escuela, además de participar activamente en actos de propaganda de la Liga de Educación Social. Sin embargo, a raíz de haberle sido diagnosticada tuberculosis, en 1928, y tener que guardar reposo absoluto por dicho motivo, se aleja de la vida activa por un tiempo, hasta que vuelve una vez le dan el alta médica a la actividad y a la lucha contra la dictadura de Primo de Rivera.

El compromiso con el ideal republicano la lleva a participar activamente. En junio de ese mismo año, 1928, comienza a escribir en el periódico El Liberal una columna titulada "Mujeres", son artículos breves, directos, valientes y sencillos. Respondiendo a la invitación que ella misma hace comienzan a escribirle y descubre aterrada la dura realidad de mujeres obreras y campesinas de su tiempo, y la miseria y esclavitud de las personas más desfavorecidas.

Su primera obra publicada, Horizontes del liberalismo, en 1930, consiguió excelentes críticas. Celebra la llegada de la República del brazo de su hermana por las calles madrileñas cantando, bailando, abrazando y besando al mundo y lo deja escrito con las palabras más hermosas jamás oídas. Instaurada la República, sigue con su ferviente actividad en apoyo de la misma y del Frente Popular, y es nombrada profesora auxiliar de Metafísica en la Universidad Central de Madrid.

En esos años comenzó a participar en la tertulia Pombo, cuyo personaje central era Ramón Gómez de la Serna y colaboró con la publicación Hora Literaria, que después se pasaría a llamar Hora de España.

El año 1934 publica su obra Hacia un saber del alma, que marca la separación del pensamiento de Ortega y Gasset, su maestro y referente intelectual en su formación filosófica. 

El estallido de la Guerra Civil la encuentra fuera de España y vuelve. Cuando le preguntan por ello responde: "Por eso precisamente, porque la guerra estaba perdida". En esto María Zambrano nos guía, "hay que dar la cara", aceptar el desafío del propio tiempo y responder a la realidad: ser, exponerse, testimoniar como podamos aun a riesgo de la vida o de una vida descompuesta. Es un acto de presencia, no una acción beligerante.

El 18 de julio de 1936, cuando comienza la guerra civil española, se une al grupo de intelectuales que firman el Manifiesto que crea la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (AIDF), en el que figuraban nombres como el de Rosa Chacel, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y otros muchos, pero a pesar de ello tuvo que soportar críticas de los aliancistas que la acusaban de ser fascista por haber colaborado en el FE. Contrajo matrimonio, en septiembre de ese mismo año, con Alfonso Rodríguez Aldave, quien fue nombrado Secretario de la Embajada Española en Chile y, por dicho motivo, el matrimonio se trasladó a la capital chilena, en la que María Zambrano mantuvo su postura de apoyo firme a la República española.

En 1937, regresaron a España donde su marido marchó al frente, mientras ella se instalaba en Valencia y en dicha ciudad fue nombrada jefa de redacción de Hora de España. En julio de ese mismo año participó en el II Congreso de Españoles para la Defensa de la República, en el que conoció a Octavio Paz, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, César Vallejo, Simone Well y Emilio Prados, entre otras personalidades.

Poco tiempo después se traslada a vivir a Barcelona, ciudad en la que fallece su padre, el 25 de octubre de 1937, Blas Zambrano, a quien Machado le dedicó un hermoso artículo de su Mairena póstumo.

Y después el exilio, el destierro como ella lo nombra: México, Cuba, Puerto Rico, donde imparte clases en diferentes universidades, escribe, piensa. La hermana la llama desde París en plena guerra, María viaja con dificultad hasta allí. Cuando llega, la madre ha muerto y Araceli está muy enferma, han sido torturadas por la Gestapo. En París reciben protección de diversos amigos republicanos, entre ellos de Pablo Picasso presumiendo los dos de su origen malagueño. También entablan amistad con diversos intelectuales franceses como Albert Camus. Éste, el día de su muerte en accidente llevaba los originales del libro de María El hombre y lo divino que pensaba editar en Galimard, pues lo consideraba la obra cumbre del siglo XX.

En enero de 1938, partió junto a su madre y hermana hacia el exilio, en cuyo viaje encontró a Machado. Poco después, se reunió con su marido y se marcharon a México, país en el que pronunció tres conferencias en la Casa de España, que cautivaron a los asistentes y de las que hizo eco Octavio Paz, además de impartir clases de Historia de la Filosofía en la Universidad Michocoana y publicó sus obras Nietzsche o la soledad enamorada, y San Juan de la Cruz (de la noche oscura a la más clara mística) y puso el punto y final al libro Filosofía y Poesía.

En 1940, visita Cuba, invitada por José Lezama Lima, y en dicho país impartió clases en la Universidad de La Habana y en el Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas. En esta época, publicó La destrucción de las formas, en 1944, obra que antecede a modo de preludio a su teoría de la razón poética, concepto éste que sirve de fundamento a toda la obra de Zambrano.

Poco después, en 1943, se traslada a vivir a Puerto Rico y allí imparte clases de filosofía en la Universidad de Río Piedras hasta 1945.

Después de un rápido regreso a Cuba, en 1947, parte inmediatamente hacia Nueva York y, desde allí, inmediatamente a Francia, país en el que acaba de fallecer su madre y allí encuentra a su hermana con graves problemas de salud, a consecuencia de la presión que había sufrido por parte de la Gestapo. Se instala en París y empieza a tomar contacto y relacionarse asiduamente con gran parte de los intelectuales franceses.

En 1948, ya solas y unidas hasta el final, María y Araceli Zambrano se trasladaron a La Habana (Cuba), y de allí a México y de nuevo a La Habana. Pero la situación económica empieza a ser agobiante y deciden volver a Europa. Su condición de seres errabundos en continuo destierro empieza a ser casi obsesiva. En 1949, las hermanas Zambrano volvieron a Europa instalándose en Roma hasta junio de 1950, en que el gobierno italiano se niega a prolongar sus permisos de residencia. Marchan a París donde María se reencuentra con su marido, la relación será breve y finalmente Rodríguez Aldave y su hermano (con el que ha vivido los tres últimos años, desde 1947), partieron hacia México.

En la década de los cincuenta, viaja de nuevo a Cuba y permanece allí durante algunos años, en los que subsiste gracias a su labor de conferenciante, impartiendo cursos, seminarios y dando clases particulares.

En 1953, se traslada junto a su hermana a Roma. La situación política, económica y social, además de los problemas éticos y cuestiones históricas, de aquellos años, recién terminada la II Guerra Mundial, fueron motivo de análisis y reflexión de esta pensadora, pero entremezclados con su pensamiento que, cada vez más, iba adquiriendo un tono de elevada espiritualidad y misticismo; porque la filosofía para Zambrano era un acontecimiento, más que un problema lógico a desentrañar, y lo importante era que la filosofía pudiera explicar los grandes misterios de la vida humana y los enigmas de la trascendencia, el significado oculto de la propia existencia y la relación de lo humano con lo divino. 

En los años sesenta vivió en Roma y son años muy duros, de terrible pobreza. "Mi situación es desesperada", escribe a su amiga Reyna Rivas, "no puedo pagar la casa, las compras". Su hermana Araceli está muy enferma, no hay dinero para medicinas y a veces pasan frío y hambre. Pero ella sigue escribiendo, con la urgencia de hacer emerger aquellas ideas que salían de su pluma como una catarata de luz.

"Estar en estado de paz significa traspasar un umbral: el umbral entre la historia, toda la historia habida hasta ahora, y una nueva historia". La paz no es cómoda. Es vivir "en estado de alerta, sintiéndonos parte de todo lo que acontece, aunque sea como minúsculos actores en la trama de la Historia y aun en la trama de la vida de todos los hombres. No es el destino, sino simplemente convivencia, lo que sentimos nos envuelve: sabemos que convivimos con todos los que aquí viven y aun con los que vivieron. El planeta entero es nuestra casa". La paz entonces en mucho más que una toma de postura: "Es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona".

El desafío de nuestro tiempo es buscar formas inéditas de convivencia, María Zambrano atribuía un vasto y profundo valor a la palabra convivencia que no podía concebir fundada en la tolerancia. En una de las páginas más intensas de Delirio y destino nos dice: "Tolerarse no es suficiente. Tolerarse es soportarse y, aunque es algo, no es creador ni caritativo. Convivir es más: es que las pasiones fundamentales, los anhelos, marchan de acuerdo. Es compartir el pan y la esperanza".

Quiere volver a España. Sus amigos le dicen que la dictadura es más cruel que nunca. Muere Araceli y María escribe sus Claros del Bosque y recibe un homenaje de Naciones Unidas en Ginebra. Su salud está muy quebrantada pero ella sigue trabajando incansablemente.

Las hermanas Zambrano, ante estas dificultades, abandonan Roma y se instalan en los Alpes franco-suizos, en una cabaña de las montañas del Jura. Por entonces, ya era un nombre conocido dentro de los ámbitos intelectuales españoles, por haber sido nombrada por personalidades como José Luis Aranguren que había publicado un artículo en la Revista de Occidente titulado "Los sueños de María Zambrano".

En 1971 fallece su hermana y, posteriormente, en 1973 se traslada a Roma. Publica dos obras con títulos como La máscara de Agamenón y El vaso de Atenas, como recuerdo de su viaje a Grecia y en las que pone de manifiesto sus conocimientos de la cultura griega.

María Zambrano es reconocida en el mundo, en 1959 el filósofo Cioran afirma que María era la intelectual más brillante del siglo, pero todavía en 1970 el desconocimiento de María en España es absoluto. Hemos de esperar hasta 1981 para que se le conceda el Premio Príncipe de Asturias que no pudo venir a recoger por su delicado estado de salud.

Fue a partir de 1977 cuando comenzó a sufrir graves problemas de visión que le impedían leer y escribir normalmente. Se trasladó a Ginebra, en 1980, y obtuvo el primer reconocimiento oficial de España al ser reconocida como hija predilecta del principado de Asturias. En 1981 le fue otorgado el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades, y el Ayuntamiento de Vélez-Málaga la nombró también hija predilecta, consiguiendo así el reconocimiento en su patria chica. Es entonces cuando sale publicada la obra Zambrano o la metafísica recuperada, publicada por la Universidad de Málaga y en la que intervinieron nombres de la talla de Valente, Aranguren y Gimferrer, entre otros. En esta misma Universidad recibe el nombramiento de Doctora Honoris Causa.

En noviembre de 1984 vuelve a España después de 45 años de exilio y continúa escribiendo. En 1987 se crea, en Vélez-Málaga, la Fundación que lleva su nombre. 


Con 86 años, María Zambrano escribió el breve artículo "Los peligros de la paz". Fue su último testimonio, su llamada extrema ante la guerra en el Golfo Pérsico. El último acto de su "estar en paz en el mundo" al que nunca había querido ni sabido renunciar. En él decía: "Un estado de paz verdadera no habrá hasta que surja una moral vigente y efectiva a la paz encaminada, hasta que la violencia no sea cancelada de las costumbres, hasta que la paz no sea una vocación, una pasión, una fe que inspire e ilumine".
"La paz es mucho más que una toma de postura: es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona".
Fallece el 5 de febrero de 1991, a punto de cumplir los 87 años de edad, dando por finalizada una larga e intensa existencia dedicada a la filosofía y el humanismo. Y sus restos reposan eternamente en su patria chica, en Vélez-Málaga.

PENSAMIENTO FILOSÓFICO DE MARÍA ZAMBRANO.


La influencia orteguiana en María Zambrano es notable y evidente, pues fue una discípula suya aventajada. Concebía a la filosofía como un acontecimiento y no sólo como el instrumento para encontrar solución a los problemas a resolver. Por ello, aseguraba que los problemas filosóficos no eran sólo problemas técnicos, sino misterios o símbolos a descifrar. Y esos misterios a desvelar por la filosofía deben siempre estar relacionados directamente con las cuestiones de la trascendencia, y la relación entre lo divino y lo humano, pero sabiendo de antemano que estos intentos filosóficos de descifrarlos nunca podrán ser resueltos por la propia esencia trascendente que encierran. 

La originalidad del pensamiento de Zambrano radica en que considera a la filosofía como una tarea de construcción e interpretación de símbolos. Por ello, incide en la importancia del análisis de lo que llama "razón poética". 

Examinó lo divino, pero no como tema filosófico, sino metafísico y, por supuesto, religioso. Por ello afirma que lo divino es un temor que asalta al hombre pero también lo sustenta.

María hacía un especial énfasis en lo que llamaba "saber del alma" que se une íntimamente en su reflexión sobre la esperanza y la innegable influencia de lo divino sobre la vida humana. 

Trabajó intensamente en el tema de la filosofía y la poesía (o mejor, de la vida filosófica y la vida poética), mostrando en qué se diferencian y en qué se complementan; así como en la relación existente entre la filosofía y el cristianismo, y destacando a la razón, en su papel de razón mediadora, cuya evidencia se encuentra, a su juicio, en los estoicos.

Las raíces del pensamiento filosófico de María Zambrano brotan del impulso de armonizar metafísica y mística con el fin de proponer la razón poética como solución a la crisis existencial de la década del cuarenta. De ahí que María Zambrano fuera una figura sorprendente e inaudita en los años de la dictadura en España, donde predominaba la censura y la vulgaridad; de ahí que tuviera que vivir un exilio que, en sus propias palabras "ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es irrenunciable". Lo cierto es que París, México, Cuba, Roma, La Pièce y Ginebra son los escenarios geográficos que se inscriben, para siempre, como testigos directos de la construcción de un legado filosófico muy original y muy personal, pero, ante todo, impensable de haber permanecido la filósofa en España. Sin duda alguna, su legado es el propio de una mujer valiente, que se atrevió a romper con convencionalismos y permaneció a lo largo de los años contagiando su entusiasmo y su fascinación por el estudio de las más variadas formas de creación.

La hermenéutica del exilio se halla ligada a la creación de María Zambrano ya que fue en el exilio donde concibió y publicó sus mejores obras: La confesión como género literario (1943), El pensamiento vivo de Séneca (1944), Delirio y destino (1952), El hombre y lo divino (1955), El sueño creador (1965) y Claros del Bosque (1975). Su propuesta filosófica ante la crisis personal e histórica que sufrió a causa del exilio se resolvió, como ella misma ha asegurado en sus escritos, mediante la creación de una "metafísica auroral", de tipo dinámico y evolutivo, de acuerdo al proceso antitético que supone el hecho insoslayable de vivir emparejado al sentir de la negación del ser que implica ese mismo vivir. Como asegura Ana Bundgaard, la filosofía de la crisis, se torna en una homónima de la esperanza para Zambrano, pues la esperanza es la fuerza irracional que sostiene y defiende a la filósofa frente al nihilismo existencial. 

Es indudable que el exilio, como experiencia metafísica, produjo un cambio radical en la visión que Zambrano mantenía, primero, respecto a España y Europa y, algo más adelante, respecto al mundo. Ahora bien, a partir de 1955, el discurso de Zambrano se muestra traspasado por la impronta mística, de manera que uno de sus más grandes anhelos, la reconciliación entre pensar y ser, así como la solución a la crisis personal de la filósofa, en cuanto a exiliada, encontrarían un escape propicio mediante la introspección de corte místico. Claros del bosque es una obra definitiva en este sentido, ya que concebida desde el dolor y la soledad más profundos, en esta obra Zambrano simboliza la experiencia mística mediante el "claro" y apunta, en la línea de Heidegger, la recuperación del sentimiento religioso como base de la meditación "sobre y desde el vivir". Como resultado, la experiencia metafísica es superada de manera armoniosa por la homónima mística hasta colmar en Zambrano los impulsos que la empujan hacia la creación poética y, en suma, a la vida en su más amplio sentido.


Lo cierto es que Zambrano deja una obra donde se conjugan la inteligencia y la sensibilidad, además del eclecticismo y la diversidad. Incansable lectora, se acercó a filósofos tan dispares como Séneca, Ibn Arabi, Heidegger o Nietzsche; escribió, asimismo, sobre creadores de la época clásica como Platón y Sófocles; también lo hizo sobre diferentes autores del mundo hispánico, entre los que ocupan un destacado lugar San Juan de la Cruz y Miguel de Cervantes; el análisis textual y literario de los autores mencionados, junto a los que publicó sobre Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Emilio Prados, Pablo Neruda o José Ángel Valente entre otros, dan cuenta de una aproximación muy particular y original de la filósofa a la literatura española. Ana Bundgaard señala, en este sentido, que Zambrano instrumentaliza la literatura, de manera que las obras que ella comenta se convierten en textos que son objeto de una reflexión personal, subjetiva e ideológica, y que no tiene en cuenta que el lenguaje poético es una manera concreta y específica de establecer una comunicación entre el ser humano y el mundo. 

Remontándonos a los orígenes de su legado, la obra de Zambrano es hija y heredera indiscutible de la Segunda República española, una época de brillantez y libertad intelectual en la que una jovencísima María Zambrano había tenido la ocasión de mostrar su creatividad, su talento y su compromiso con la democracia. No es extraño, por lo mismo, que con la vuelta de la democracia a España le llegaran a la filósofa los más importantes reconocimientos: premio Príncipe de Asturias en 1981, premio Cervantes en 1988, y varios doctorados honoris causa en distintas universidades españolas; fue nombrada, además, hija predilecta de Andalucía en 1987, coincidiendo con la constitución de la fundación que lleva su nombre en Vélez-Málaga, la ciudad que la vio nacer en 1904.

La vuelta a España de Zambrano en noviembre de 1984, después del largo exilio, constituye uno de los acontecimientos cumbre en la vida de la filósofa española. Una energía renovada la impulsa, desde ese momento y hasta su muerte, a volcarse de manera sorprendente en la escritura de numerosos artículos, en las reediciones de obras anteriormente publicadas y, sobre todo, en la continuada convivencia con diferentes figuras del mundo intelectual hispano. De algunos de ellos quedan testimonios de admiración y de respeto, pero, sobre todo, de amor. José Miguel Ullán recuerda que "Al hablar, [ella] entraba en espirales vertiginosas, hurgaba en todas las heridas y, a la vez, se abría a la esperanza, nos la hacía contemplable". Por su parte, Amalia Iglesias evoca su penetrante fuerza interior, una fuerza que mantuvo hasta los últimos momentos de su vida. Dice Iglesias: "Quería estar siempre arreglada. No veía televisión, no estaba rodeada de muchos libros. Era como si llevara su biblioteca dentro. Estaba habitada por una profunda serenidad".


Mujeres y Premios Príncipe de Asturias

FUENTES: Centro Virtual Cervantes, Editanet, biografíasyvidas, periodismohumano, Wikipedia.

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